El fin de la historia

28/Feb/2011

Carlos Alberto Montaner, elpais.com.uy

El fin de la historia

Medio mundo árabe anda a la greña. Ciertos pueblos quieren cambiar el mundo en el que viven. ¿Por cuál? Lo más razonable sería que se acercaran a las naciones exitosas que han conseguido un grado razonable de prosperidad, para tratar de averiguar por qué han logrado prevalecer y triunfar en la historia.En 1783, cuando Inglaterra reconoce a Estados Unidos, ningún poder europeo pensaba que la débil estructura republicana de la joven nación podría mantener la estabilidad en medio de los celos y las fricciones que tensaban las relaciones entre las antiguas 13 colonias de la Unión. Pero duró. Dura hasta hoy. ¿Qué pasó? Ocurrió que ese Estado experimental desde el principio sirvió los intereses de los individuos que formaban la clase dirigente, pero con dos características básicas: podía transmitir la autoridad de manera organizada y pacífica por medio de elecciones periódicas, mientras acomodaba flexiblemente a un número creciente de personas capaces de tomar decisiones o influir en ellas, absorbiendo los enormes niveles sociales medios que generaba progresivamente el eficiente aparato productivo.¿Por qué no ha habido revoluciones en Estados Unidos? Porque no han sido necesarias. Porque la sociedad creó unas instituciones capaces de asimilar los cambios sin violencia. Es realmente prodigioso que el mismo Estado que en 1789 eligió a George Washington como su primer presidente, un rico hacendado esclavista, hoy sea dirigido por Barack Obama, un abogado mestizo de clase media, hijo de un africano. Y lo que es verdad en el terreno político y social tiene su equivalencia en el campo económico. El mercado abierto y la meritocracia hicieron posible que una república en la que el poder económico estaba en manos de una minoría de plantadores y comerciantes, se transformara en un enorme tejido empresarial en el que constantemente surgen y desaparecen agentes económicos, sin que nadie planifique la producción o escoja a los triunfadores o a los fracasados.Ese elástico “modelo americano”, integrado por un Estado definido como democracia liberal y un sistema económico regido por el mercado y la existencia de propiedad privada, acabó siendo el paradigma por el que, paulatinamente, se fueron inclinando las otras naciones punteras del planeta, hasta que, a principios de los noventa, tras el hundimiento de la opción marxista-leninista, Fukuyama advirtió, con una frase incomprendida, que habíamos llegado “al fin de la historia”.Fukuyama no quería decir que no ocurrirían hechos dramáticos o contramarchas, o que nunca más un sujeto terco podría insistir en revivir el comunismo o cualquier otra variante fracasada de colectivismo estatista, sino que parecía evidente que los beneficios de la convivencia armónica, el cambio pacífico y la estabilidad institucional se lograban por medio de la democracia liberal, mientras que a la prosperidad se accedía por el mercado y por la existencia de propiedad privada.¿Entenderán esta lección las naciones que abandonan las autocracias árabes? No lo sabemos, porque es muy difícil predecir un futuro incubado en confusos motines callejeros. ¿Qué harán países como Egipto, Libia o Túnez? ¿Insistir en el desastroso modelo del socialismo árabe militarista inaugurado por Nasser en 1954? ¿Erigir una teocracia fundamentalista como la iraní? Lo inteligente sería que imitaran a las sociedades más ricas y felices del planeta. Lamentablemente, los rebeldes no siempre suelen acertar cuando llegan al poder. No saben muy bien qué es lo que quieren.